Pues un viernes más y doy gracias a Dios y a la vida, que me dé otra oportunidad de poder escribiros otro capítulo más, ya el 49 consecutivo de este mi blog personal o comunidad llamada: @elblogdejorgeesquirol.
Es curioso cómo nos pasamos la vida buscando la verdad. Decimos que la queremos, que preferimos la crudeza de lo real a la suavidad de una mentira piadosa, pero cuando finalmente la tenemos de frente, cuando alguien nos la lanza sin anestesia, entendemos que la verdad no siempre libera.
A veces, la verdad arrasa.
Me pasó esta semana, una conversación inesperada, una frase honesta (tal vez demasiado), y sentí ese golpe seco en el pecho que solo una verdad desnuda puede dar. Me quedé sin palabras. No porque no la supiera, no porque me sorprendiera, sino porque dolió, porque en el fondo, aunque sabía lo que era cierto, necesitaba seguir creyendo en la mentira.
Y no hablo solo de relaciones, aunque ahí es donde más nos topamos con esto; también en cómo nos vemos, en lo que pensamos que merecemos, en cómo idealizamos a los demás. Preferimos que nos digan que estamos bien, que estamos haciendo lo correcto, que todo va a salir como queremos. ¿Y si no? ¿Y si lo que hay es incertidumbre, errores, o simplemente algo que ya no tiene arreglo?
A veces, la mentira es un refugio, una manera de mantenernos en pie cuando no estamos listos para afrontar el derrumbe, y eso no está mal. No somos cobardes por no querer la verdad todo el tiempo, somos tan solo seres humanos.
Pero tarde o temprano, la verdad llega, y cuando lo hace, duele más que cualquier mentira que nos hayan contado. Porque nos obliga a ver lo que no queríamos mirar, a aceptarlo, a cambiar.
Hoy no tengo una gran conclusión, quizá solo esta: la verdad duele, sí, pero después de ese dolor viene algo más. No es ni consuelo, ni paz inmediata, sino claridad, y normalmente —y con suerte—, crecimiento personal.
Así que, si estás enfrentando una verdad incómoda, no huyas. Tiembla si hace falta, llora, mírala de frente, quédate en silencio y acógela y acéptala, pero no te cierres, ni te abstraigas ni mires para otro lado, porque, aunque duela, os aseguro que también sana.
Vivimos en una cultura que idealiza la honestidad emocional. Nos repetimos que «la verdad nos hará libres», que es mejor una verdad dolorosa que una mentira reconfortante, pero ¿qué pasa cuando la verdad no nos libera, sino que nos rompe? ¿Qué pasa cuando lo verdadero no sana, al menos no de inmediato?
Este capítulo de mi blog no es una apología de la mentira, es una reflexión personal y honesta sobre algo que todos vivimos en algún momento de nuestras vidas: el dolor que nos causa una verdad que no estábamos preparados para escuchar.
A lo largo de la vida, nos enfrentamos a situaciones en las que preferimos no saber toda la verdad, y eso no nos convierte en débiles. Es simplemente una forma de protegernos emocionalmente cuando estamos al límite.
Muchas veces, las mentiras (especialmente las piadosas) funcionan como muletas emocionales, nos sostienen en momentos donde la caída sería demasiado dolorosa.
Es el momento de hacer una pausa, porque jamás debemos llegar a vivir con la mentira como compañera, sino que nos resulta más soportable que el impacto directo de una realidad cruda.
En temas de pareja, por ejemplo, muchas personas prefieren no saber toda la verdad sobre una infidelidad, una pérdida de interés o una distancia emocional. No porque no sospechen lo que está pasando, sino porque el autoengaño es más manejable que el duelo anticipado.
Hay verdades que llegan como un golpe seco al pecho, no importa si en el fondo ya las intuías. Por ejemplo, cuando alguien te las dice sin rodeos, duele. Y duele porque no estabas listo para ponerles nombre, duele porque, una vez dichas, no puedes hacer como si no las supieras.
Las verdades incómodas no solo afectan nuestras relaciones, también nos confrontan con nosotros mismos, con nuestras decisiones, con nuestros fallos, con nuestras ilusiones rotas. Nos obligan a vernos sin filtros, y eso, aunque necesario, puede ser devastador emocionalmente.
Porque la verdad en «distancia corta» (como las llamo yo), no se esconde, no se maquilla, ni se adorna. Decir la verdad a alguien —o que te la digan a ti— te obliga a ver la realidad tal como es, sin la narrativa que tú habías construido para poder sobrellevarla.
La mentira, en cambio, es cómoda, es suave, te abraza, a veces incluso te permite seguir adelante. Por eso, cuando alguien te dice la verdad, esa que has evitado por meses o incluso años, no solo duele: también te confronta con todo el tiempo que has vivido en un espejismo.
Y sí, realmente, queridos lectores, eso puede generar enojo, tristeza y, sobre todo, algún miedo.
Y como siempre, a la vez que os escribo, ahora mismo me viene a la mente una reflexión. Para que la interioricéis, en esta ocasión voy a lanzar al aire una reflexión ética, pero a la vez tremenda y emocionalmente compleja.
Desde un punto de vista idealista, claro que sí, la verdad es un valor esencial en cualquier relación sana, pero desde una mirada más humana, tal vez lo más importante no es la verdad en sí, sino el momento, la intención y la forma en que se dice.
Decir una verdad para herir no es valentía, es crueldad. Decirla amablemente y con amor —claro que dolerá, sí— puede ser un acto de respeto o de verdadera amistad. Pero decirla cuando la otra persona no está lista o no puede sostenerla, a veces hace más daño que bien.
Os aseguro que aceptar una verdad dolorosa no es un proceso instantáneo. No basta con saberla, hay que procesarla emocionalmente, integrarla y reconstruirte desde ahí.
Algunos pasos que me han servido y que quizá puedan ayudarte son:
1.- Permitirte sentir: no intentes racionalizar ni encontrar respuesta a todo. La verdad también se vive desde el cuerpo, desde el sentimiento, desde el llanto y desde el silencio.
2.- Escribir lo que sientes: la escritura emocional es una herramienta poderosa de autoconocimiento y crecimiento personal.
3.- Busca apoyo: hablar con alguien de tu confianza o acudir a un profesional puede ayudarte a ver lo que tú solo no puedes.
4.- Aceptar que duele es porque importaba: si una verdad te rompió, es porque había algo valioso detrás. Reconócelo amablemente sin juzgarte.
5.- Transformar el dolor en aprendizaje: esto no significa prolongar el sufrimiento, sino reconocer que, si bien la verdad duele, también puede ser el inicio de una nueva etapa de tu vida y de tu bienestar emocional.
Para ir terminando este capítulo, ¿qué pensáis?: ¿merece la pena vivir en la verdad?
Sí, pero no siempre es fácil ni inmediato. La verdad no es una meta, es un camino. A veces se siente como un terremoto. Pero después, cuando todo se reacomoda, uno puede ver el paisaje con mayor claridad.
En mi experiencia personal, la verdad no me hizo libre de inmediato. Todo lo contrario: me trajo y me trae muchísimos problemas. Pero si algo me hizo más consciente. Y esa conciencia, aunque al principio duele, es la que después permite tomar mejores decisiones, construir vínculos más sanos y, sobre todo, vivir una vida más alineada y verdadera con lo que realmente somos.
Así que, si estás pasando por una verdad que te está doliendo, no te desesperes: estás en medio del proceso y, sobre todo, ten siempre presente que no estás solo.
Hasta la próxima semana. Nos leemos el próximo viernes, en un capítulo especial, por ser el número 50 consecutivo.
Como siempre, gracias a tod@s, desde cualquier lugar del mundo, por leerme, por acompañarme y, sobre todo, por sentir en la distancia o en la cercanía.
Os abrazo.
Jorge Esquirol.
@elblogdejorgeesquirol.
Posdata:
Como os prometí, hoy toca dar las gracias a los 10 primeros países que, según el departamento de marketing, me seguís mayoritariamente:
Mil gracias a México, que seguís siendo los primeros; a USA, Irlanda, Reino Unido, Argentina, Dinamarca, España, Suiza y, sorprendentemente, India, que ha comenzado a seguirme y leerme esta semana; y como último, habéis vuelto con fuerza, Rumanía.
La gira o el Tour Literario de mi segundo libro editorial: «La Pirámide del Alma», sigue rodando y podéis ver en la pestaña del menú medios los próximos lugares, que cada día van aumentando, a falta de concretar fecha y hora.
Quiero hacer una mención especial a todo mi equipo de soporte audiovisual, «Cotilla Films», dirigido por el gran Manuel Romero. Nos queda camino, compañero/os, esto no ha hecho más que comenzar. Próxima parada: Gijón.
Y esta semana se vienen sorpresas, que para mí, una de ellas será un placer anunciárosla.
Gracias a ti, Marcelino, por tu confianza, porque la vamos a liar parda en 9 TV.
Y para cerrar, mil gracias, Milena, por la oportunidad de una entrevista desde mi amado Bogotá, Colombia, pero llegando a demasiados países. Y, sobre todo, por tener el placer de conocer a dos compañeros de letras maravillosos: los escritores Victoria Cuesta y Antonio Raya. Fue un auténtico placer estar invitado.
Por supuesto, a ti, Sergio, “Chicharrero”, maravilloso.
A todos y cada uno de vosotros, estéis donde estéis, gracias, porque como siempre os digo: nada tendría sentido sin vosotros.
Feliz fin de semana, y recordad:
Sed muy felices, por favor.
Jorge Esquirol.