«La Cruz y la Vida»

La Cruz y la Vida
«La Cruz y la Vida»

Pues otro logro personal: hoy cumplo 60 artículos consecutivos, sin fallar un solo viernes a mi cita con vosotros, así que quiero compartir esa alegría y, sobre todo, satisfacción con tod@s vosotr@s, que, sorprendentemente, sois cada vez más los que ya formáis parte de esta comunidad apodada: @elblogdejorgeesquirol.

Gracias a todos los países que me seguís, a cada uno de vosotros, y la próxima semana y en la posdata volveré a dar los datos precisos de los diez países que me seguís mayoritariamente y los nuevos que os habéis incorporado con mucha fuerza y que me pasarán desde el dpto. de marketing, queriendo que sepáis que no solo me hacéis feliz, sino que sois amable y humildemente bienvenidos.

Hoy, y para este capítulo, os quiero escribir acerca de una historia personal que me hizo reflexionar el domingo pasado, pero siempre desde mi manera tan peculiar de observar la vida, como observaréis, la he querido poner por título: «La cruz y la vida».

Hay veces que las metáforas aparecen cuando menos lo esperamos. Como os he dicho, el pasado domingo, sentado en silencio, observé una cruz y descubrí algo que me estremeció; más allá de lo religioso, ese símbolo era una imagen perfecta de la vida misma. Me di cuenta de que, más allá de lo dogmático, ni de mi propia fe, estaba sintiendo un recordatorio profundo de lo que somos, de cómo caminamos y de lo que cargamos cada día. La cruz, con sus dos ejes, me mostró un espejo que me dio a entender nuestra propia existencia.

Y sí, querid@s lectores, la vida también es así: un eje vertical que apunta hacia arriba y otro hacia abajo, y un eje horizontal que se abre hacia ambos lados; son dos direcciones que se cruzan y confluyen en un único punto, que no es más que nosotros mismos. Ese lugar donde lo espiritual y lo humano se encuentran; en ese lugar donde lo invisible y lo cotidiano se abrazan, donde se sostiene el peso de la vida y donde también nace la posibilidad de un equilibrio perfecto.

El eje vertical es la búsqueda de nuestros sentidos: esa mirada hacia lo alto cuando necesitamos esperanza y esa mirada hacia lo profundo cuando nos enfrentamos a nuestras sombras y a nuestros miedos. Es la representación de nuestra relación con lo que trasciende en nosotros, ya sea la fe, la espiritualidad, la energía, la naturaleza o el misterio que cada uno reconoce como parte esencial de su existencia.

Personalmente, he llegado a la conclusión de que es en ese eje donde habitan las preguntas más íntimas, que en muchas ocasiones aparecen en nuestros silencios: ¿Quién soy de verdad? ¿Qué hago aquí? ¿Qué propósito de vida guía mis pasos?

Son las dudas que nos obligan a detenernos, a reflexionar con profundidad y a no vivir únicamente en la superficie ni a quedarnos tan solo con la escucha de lo esencial y la superfluidad.

El eje horizontal, en cambio, lo comparo con nuestra relación con el mundo, con lo tangible, con los demás, con la materia que nos rodea. Es el eje; es la familia, los amigos, los vínculos, las historias que compartimos, las responsabilidades, las pérdidas, los trabajos y las alegrías sencillas que nos anclan al suelo y nos recuerdan que no vivimos en el aire, ni en un mundo inexistente o ficticio, muchos creados por nosotros mismos…

El eje horizontal es el plano de lo visible, de lo cotidiano, de aquello que ocurre a diario y que, muchas veces, damos por sentado sin darnos cuenta de que ahí reside buena parte de lo que somos.

Y justo en el centro, donde ambos ejes se cruzan, es donde estamos nosotros. Ese es el lugar donde la vida se y nos sostiene; es el lugar donde cargamos con nuestras propias cruces invisibles, nuestras heridas, nuestras dudas, nuestras responsabilidades que, muchas, pesan como fardos pesados sobre los hombros, pero también allí encontramos la oportunidad de nuestro equilibrio… porque ni lo espiritual sin lo humano, ni lo humano sin lo espiritual pueden emprender un camino en solitario ni creo que baste por sí solo.

El centro de la cruz nos enseña que somos el cruce de dos caminos, que nuestro reto no es elegir entre lo de arriba y lo de abajo, entre lo interno y lo externo, sino aprender a aceptarlos y a habitarlos al mismo tiempo.

A lo largo de la vida todos cargamos con cruces, algunas son visibles y otras no… el dolor de una pérdida, la soledad que a veces nos envuelve, las decisiones que pesan demasiado, las responsabilidades que parecen inabarcables e indescifrables; sin embargo, esas cruces no solo son cargas, os aseguro que también son lecciones de vida y grandes maestras; cada peso nos enseña a resistir, a descubrir fuerzas propias que desconocíamos, a valorar la ligereza cuando por fin llega.

La cruz, entendida en su sentido más hondo, no es únicamente sufrimiento: es también transformación, es la posibilidad de renacer, de dejar que lo viejo muera para que algo nuevo nazca; es el recordatorio de que, después de la oscuridad, puede aparecer un horizonte distinto, con un arcoíris multicolor deslumbrante.

La vida, como la cruz, nos sitúa siempre en un cruce de caminos: el camino entre lo que fuimos y lo que queremos ser, entre lo que soñamos y lo que realmente ocurre, entre lo que damos a los demás y lo que reservamos para nosotros. Ese punto de intersección no es sencillo de habitar, de vivir o de afrontar, porque exige equilibrio, consciencia y honestidad con nosotros mismos, pero quizá ahí resida la verdadera belleza de la vida: en aprender a sostenernos en medio, a buscar nuestro equilibrio, sin huir de ninguno de los dos planos, aceptando que somos humanos con raíces en la tierra y, al mismo tiempo, seres que levantan la mirada al cielo buscando respuestas.

Este artículo número 60 de mi blog también es, de alguna manera, una cruz en el camino, un número redondo que me invita a detenerme, a mirar hacia atrás con gratitud por todo lo compartido hasta ahora y a mirar hacia adelante con ilusión por lo que vendrá, si Dios quiere…

Para mí, el escribir es también un cruce, un punto donde mi voz se encuentra con la tuya, donde lo íntimo se hace colectivo, donde lo que pienso se convierte en un diálogo contigo y con todos vosotros en reflexiones conjuntas, a pesar de tener, en muchos casos, kilómetros de distancia.

Para terminar este artículo, me gustaría compartir con vosotros que la cruz, entendida como metáfora, no es solo símbolo de fe, sino también de vida; que debe recordarnos que todos llevamos algún peso, que todos buscamos un equilibrio, que todos habitamos en ese punto donde lo visible y lo invisible se llegan a alcanzar, incluso a tocar, y tal vez lo importante no sea liberarnos de la cruz, sino aprender a vivir y convivir con ella, a transformarla en un lugar de encuentro, de crecimiento personal y de esperanza.

Quizá la clave esté en entender que no somos las respuestas que damos, ni siquiera las certezas que aparentamos, sino las preguntas que nos atrevemos a sostener en silencio

La vida, al fin y al cabo, no es un problema que resolver, sino un misterio que habitar… y cada cruz, grande o pequeña, nos recuerda que el verdadero sentido no está en huir del peso, sino en descubrir lo que ese peso significa y despierta en nosotros.

Como siempre, me despido con una pregunta:

Y tú, ¿qué cruz estás cargando hoy? ¿Es una carga que te aplasta o una lección que te transforma?

Me encantará leer tu reflexión en los comentarios y compartir contigo este viaje, y te invito a compartirlo: muy probablemente, quizá alguien que conoces esté necesitando estas palabras en este preciso momento.

Os abrazo y os quiero.

Jorge Esquirol.
@elblogdejorgeesquirol

Posdata:

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a José Manuel Cruz Barragán por el artículo de crítica de mi segundo libro editorial, «La Pirámide del Alma», así como la entrevista en forma de podcast en su gran revista y programa «La dimensión súbita». Os invito a leerlo y escucharlo a todos, porque uno de los mayores intelectuales que existen, y que yo haya conocido, pueda hablar de mi libro así es un tesoro que conservaré en mi corazón para toda la vida.

Por otro lado, no olvidéis que estamos luchando muchas personas por una niña llamada Elenita, cuya entrevista, con su madre Laura, la podréis encontrar en mi sección de «Entre Amigos», y que juntos podemos y tenemos que lograr que ese tratamiento tan costoso, que debe venir de USA, sea una realidad para que una niña maravillosa se pueda tratar y vuelva a disfrutar de su niñez, su infancia y su vida de una manera normal y como debía ser. Estoy convencido de que juntos lo podemos lograr.

Y para cerrar esta posdata, quiero comunicaros que viene un formato nuevo, llamado «HOY», que veréis como nueva pestaña en mi web y que todo el equipo está trabajando duro desde hace tiempo, donde tendréis un video al día para que os acompañe y tengáis actualidad, reflexiones y, sobre todo, «Energy».

Y nunca olvidéis que, a pesar de todos los obstáculos que nos pueda poner la vida…

«Sed muy felices, por favor»

Jorge Esquirol.

2 respuestas

  1. 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻 Maravilloso artículo Jorge ! La cruz y la vida…mucho que pensar. Gracias

  2. Woww, muy buena metáfora! Jorge, me has hecho pararme y pensar…
    Así lo he visto yo:
    La cruz, formada por el eje vertical donde se representa nuestra parte interior. Donde está  esa voz con la que nos hablamos por dentro, y que  da origen a nuestras reflexiones.
    En su parte de abajo, nuestros miedos. 
    En la superior, la esperanza y el grito de ayuda cuando nos creemos que no podemos más.
    En la parte horizontal estaría todo lo externo que nos afecta y nos condiciona cada día.
    Veo el nexo, que es ese «equilibrio» entre ambos ejes y que yo, por ejemplo, puedo sentirlo en el centro de mi pecho, que mantiene todo ligado y que necesita estar en equilibrio para no desmoronarse.
    Si  cada miedo, problema o contratiempo lo hiciéramos subir por nuestra cruz, pasándolo por ese centro, que quizás sea nuestro corazón o alma… y lo juntaramos con reflexión, la voluntad de solucionarlo y nuestra fé, conseguiríamos un eje sólido, pues nos haremos más fuertes tras  saltar los obstáculos.
    Así, he sentido yo tu texto, y veo en él la clave para conocer cómo estar en armonía con uno mismo y con el mundo y saber que eso es clave para sentirse bien y darse cuenta de que  nuestra mayor arma está dentro de nosotros, pero que para hacerla funcionar hemos que descifrar sus instrucciones.
    Quiero decir, desde mi experiencia personal, que:» SÍ, que hay salida cuando no la ves y que es posible recuperar esa «ilusión» y ese «ánimo» que a veces parece que nos abandonó para siempre.
    En las relaciones humanas también hay personas que están unidas entre sí por fuertes nexos, bien sea amistad, amor, lazos de sangre… y que con su apoyo nos dan fuerza y nos hacen sentir arropados en los momentos duros. A esas personas hay que agarrarlas fuerte en nuestras vidas y cuidarlas para que no se vayan y que dure infinito ese bien hacer mutuo.

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