¿Cómo estáis?, pues un viernes más en conjunto, y en este nuevo artículo, de esta (y qué razón tuvo Susana, «gracias, amiga», porque cada vez sois más y de más países que sois fieles a esta comunidad ya consolidada, apodada y llamada: @elblogdejorgeesquirol).
Fue el lunes y el martes por la noche…
Hay noches que parecen contener todos los misterios del universo, noches en las que el cielo se abre como un templo silencioso y la luna, inmensa, se acerca tanto a nosotros que sentimos que podríamos alcanzarla con la yema de los dedos.
La llaman «superluna», y aunque la ciencia nos hable de distancias, órbitas y efectos ópticos, hay algo en ese instante que va mucho más allá de cualquier explicación. La «superluna» no solo se mira, se siente, se clava en la piel, se desliza por la respiración, despierta memorias antiguas y nos recuerda que formamos parte de algo mucho más grande que nuestras preocupaciones diarias.
La «superluna» ilumina el mundo con una luz distinta, es más brillante, más redonda, más cercana, pero, a la vez, también nos ilumina por dentro, como si de pronto se encendieran lámparas escondidas en los pasillos de nuestro interior y esa claridad extrasensorial que proyecta la luna no se limita a los paisajes, se adentra en nuestros rincones oscuros y nos invita a mirarnos de frente y, por lo menos a preguntarme: ¿Qué somos en medio de la inmensidad? ¿Qué pequeñas verdades hemos callado que ahora emergen con la fuerza de esta luz?…
El misticismo de la luna siempre ha acompañado a la humanidad: las civilizaciones antiguas la veneraban como diosa, como guía, como reloj de lo sagrado; era calendario y misterio, guardiana de cosechas y partos, inspiración para poetas, chamanes y soñadores…
Su simbolismo es tan vasto y a la vez tan amplio que cada cultura la interpretó a su manera: el reflejo de lo divino en lo humano, el rostro cambiante de la vida, el ciclo eterno de nacimiento, plenitud, declive y renacimiento… y quizá sea precisamente esa condición mutable la que nos conecta con ella, porque nosotros también somos ciclos, también brillamos, menguamos y volvemos a crecer.
La «superluna», en su máxima expresión, nos recuerda la importancia de los grandes momentos cumbre personales: no siempre estamos en plenitud, no siempre irradiamos toda nuestra luz… pero cuando lo hacemos, cuando nos atrevemos a brillar, a mostrarnos tal y como somos —al fin y al cabo, ser nosotros mismos—, el mundo también cambia a nuestro alrededor, porque la luz no solo ilumina, también transforma.
Al igual que la luna arrastra mareas con su fuerza invisible, nuestra propia energía interior puede mover océanos cuando decidimos mostrarla sin miedo.
Observar una «superluna» es un acto de consciencia plena; no basta con alzar la vista y decir «qué bonita está esta noche». Requiere detenerse, respirar, dejar que la luz nos toque y nos atraviese; requiere silencio y apertura, como si estuviéramos frente a un oráculo que nos habla sin palabras. Y es en esa quietud donde la «superluna» se convierte en un espejo: nos devuelve lo que somos y lo que ocultamos, nos refleja tanto nuestras luces como nuestras sombras, porque no hay plenitud sin oscuridad, no hay brillo sin la certeza de la sombra que lo acompaña.
La experiencia de mirar una «superluna» es también corporal: los sentidos se agudizan, la vista se ensancha, la piel percibe un frescor distinto, el oído registra un silencio cargado de vibración. Hay quienes aseguran que, bajo la «superluna», los sueños son más intensos, las emociones más profundas, las lágrimas más necesarias. Tal vez sea sugestión, tal vez sea energía, o tal vez la luna de verdad nos afecte más de lo que imaginamos; no importa tanto la explicación como la vivencia: lo esencial es permitirnos sentir que esa noche no es una más, sino un umbral hacia algo que nos sobrepasa.
En ese escenario nocturno, la «superluna» nos habla de lo efímero y lo eterno a la vez: de la fugacidad de un instante que se repite pocas veces al año, y de la permanencia de un ciclo cósmico que lleva millones de años girando sin detenerse.
Ese contraste nos enseña algo esencial: la vida es un equilibrio constante entre lo pasajero y lo perpetuo. Nuestros problemas, nuestras dudas, nuestros miedos… son tan efímeros como una nube que pasa frente al disco lunar, pero lo que somos en esencia es esa chispa de conciencia que nos permite mirar y permanecer más allá de cada ciclo.
Mirar la «superluna» es también una invitación a reconciliarnos con la naturaleza. En un mundo que corre demasiado, que se llena de pantallas, que olvida lo sagrado de la tierra y del cielo, detenerse a contemplar un fenómeno tan simple y majestuoso nos devuelve a recordar que nuestra humildad está muy por encima de lo superfluo; nos recuerda que somos pasajeros en un planeta que danza y baila en el cosmos, que la vida no se mide en «likes» ni en agendas, sino en instantes en los que el alma se expande y se reconoce en el universo.
Y quizá por eso la «superluna» nos fascina tanto: porque nos devuelve la capacidad de asombro, esa emoción que teníamos de niños cuando todo parecía mágico y eterno; esa mirada limpia que no necesitaba explicación para emocionarse, esa inocencia que nos hacía sentir parte de un todo, sin preguntarnos por qué. La «superluna» despierta en nosotros ese niño interior que aún quiere soñar, que aún quiere creer en la magia.
Pero, querid@s amig@s y lectores, no olvidemos que la «superluna» también es metáfora. Nos habla de nosotros mismos, de nuestra capacidad de brillar más allá de nuestras sombras, de mostrarnos más grandes y más cerca cuando la vida nos lo pide. Absolutamente todos tenemos momentos de plenitud, instantes en los que lo mejor de nuestro ser y la mejor versión de nosotros se expande y toca a los demás… Tal vez la enseñanza esté en aprender a reconocer esos momentos, en honrarlos, en vivirlos con la misma intensidad con que contemplamos la luna llena en todo su esplendor.
Y, como siempre y en cada artículo, os quiero hacer una serie de preguntas, para que interioricéis y os respondáis a vosotros mismos: ¿Y si viviéramos con la conciencia de que cada uno de nosotros puede ser una «superluna» en la vida de alguien? ¿Y si entendiéramos que nuestra luz, cuando se comparte, puede cambiar la marea emocional de otro ser humano? ¿Y si aceptáramos que no necesitamos ser eternos para ser inmensos, que basta con un instante de autenticidad para dejar huella?…
La «superluna» es un recordatorio de que la vida está hecha de momentos que no vuelven, pero que dejan marcas profundas; que lo extraordinario no siempre está lejos, sino arriba o, aunque físicamente esté muy lejos, física y espiritualmente lo sentimos cerca, mirándonos, esperando que alcemos nuestra vista; que la belleza no se explica, se siente, y que a veces basta con dejar que la luz nos toque para entender lo esencial.
Así, cada vez que la «superluna» aparezca en tu horizonte, regálate un tiempo para contemplarla, apaga el ruido, silencia el mundo y escucha lo que te susurra en el corazón… Puede que descubras que la luna no solo está en el cielo, sino también habita en ti, y que tu propia luz, aunque efímera, puede ser infinita para quienes la reciben.
Porque, al final, la «superluna» no es solo un fenómeno astronómico: es un verdadero reflejo de nuestra capacidad de brillar, de transformarnos, de ser misterio y claridad a la vez… y, en ese reflejo, si sabemos mirar, encontraremos no solo la luna, sino también nuestra propia eternidad.
Y quizá eso sea lo más importante: que nos susurra el entender que no estamos solos en este viaje, el comprender que todos miramos la misma luna, aunque lo hagamos desde lugares distintos, con historias diferentes y con cicatrices únicas.
La «superluna» nos recuerda que compartimos el mismo cielo, el mismo asombro, la misma fragilidad y las mismas ilusiones, como seres humanos que buscan sentido.
Te invito a que, cuando vuelvas a levantar la vista y la veas brillar, pienses en la cantidad de miradas que, al mismo tiempo, la están contemplando contigo desde cualquier rincón del mundo: tal vez no nos conozcamos, tal vez jamás nos crucemos en el camino, pero en esa luz coincidimos y nos acerca, y en esa coincidencia, de alguna manera, nos acompañamos.
Quizá la verdadera magia de la «superluna» no esté solo en su grandeza cósmica, sino en ese hilo invisible que teje entre quienes la miran, porque cuando pensamos que estamos solos, basta con mirar hacia arriba para recordar que la luz que nos envuelve también ilumina a otros y, ahí, en ese instante compartido, volvemos a sentirnos parte de algo maravilloso e inmenso.
Jorge Esquirol.
@elblogdejorgeesquirol
Posdata:
Esta posdata es para, ante todo, agradeceros a absolutamente cada uno de vosotros el que siempre estéis…
Para daros novedades (ayer jueves lancé un vídeo en mis RR. SS.), pero, de todas formas, os la comunico y recuerdo aprovechando este nuevo artículo.
Desde el lunes 13 de este octubre y de lunes a jueves, en cualquier momento del día, tendréis un nuevo formato llamado «Hoy», que observaréis en una nueva pestaña en el menú o en el desplegable (si me leéis desde el móvil o celular), donde os haré un vídeo cada día, y donde podréis ser partícipes de la faceta más mía, de mi día a día, del Jorge que muchos de vosotros no conocéis: el más divertido, el más reflexivo, «quizá» —y digo «quizá»— más controvertida o polémica de mí, de mi día a día. Os espero a todos… No os olvidéis suscribiros a esta mi web: es GRATIS, y ni pedimos datos personales.
Deciros también que, en diciembre, sale al mercado mi tercer libro editorial, con el que llevo trabajando y escribiendo desde que terminé «La Pirámide del Alma», que justamente me acaban de comunicar que estará con mi editorial Kookay Ediciones en la FIL de México.
Sigo, y seguimos con todo el equipo de «La Pirámide del Alma», donde se juntará este mi segundo libro con el tercero que saldrá para diciembre. Aprovecho a dar las gracias a todo mi equipo, porque sois todo para mí.
Y a tod@s y cada uno de vosotros, a pesar de todos los obstáculos y pruebas que nos ponga la vida: «Sed muy felices, por favor».
6 respuestas
Por tu forma de escribir, eres una persona sensible y de sentimientos.
Lo que escribiste llega y toca al lector y a la vez te hace analizarte con lo que describes en el mismo.
Qué bonito lo que me dices Pedro, gracias de corazón.
Siempre he creído que escribir es una forma de abrir el alma y tender puentes con quienes sienten de manera similar. Me alegra mucho saber que mis palabras te han llegado y que te invitan a mirar hacia dentro, porque ahí —en ese lugar donde habitan las emociones— es donde empieza todo.
Un abrazo grande y gracias por acompañarme también con el corazón.
Querido Jorge, como siempre haces,
has conseguido emocionarme. Tu articulo es un merecido canto alabando a la siempre mágica y poderosa luna.
Tienes razón, nuestra luz puede cambiar la vida de otras personas y tal vez lo conseguimos con solo un instante de nuestra autenticidad. No debemos olvidar que tal vez en algún momento de nuestra vida podamos ser la superluna de otra persona. Mil gracias por compartir con nosotros estos maravillosos artículos. Un besazo
Qué mensaje tan bonito Victoria, gracias de verdad.
Me emociona saber que has sentido esa conexión con la luna y con lo que intento transmitir en cada texto. Ella, con su luz serena, nos recuerda que incluso en la oscuridad podemos brillar, y que a veces —como bien dices— basta un instante de autenticidad para iluminar el camino de alguien.
Gracias por acompañarme en este viaje de palabras y emociones. Que nunca falten las lunas que nos inspiran ni las personas que las miran con el corazón.
Un beso enorme.
Hablar de la luna, siempre he pensado que es el satélite más hermoso del universo. Dando belleza y misterio ba la noche. ¿Quién no ha contemplado en algún momento de su vida la luna en silencio? ¿Quién no pensado en alguien mientras la mira? Con su sonrisa amable nos acompaña en la noche incluso en nuestros pasos. Protegiéndonos de la oscuridad y embelleciendo el cielo con sus amigas las estrellas. Todos contemplamos el mismo cielo que nos ilumina, bajo un manto inmenso de estrellas azules y brillantes y con la luna como la reina de la noche. A la que echamos de menos en las noches de nubarrones que la ocultan.
Felicidades a mí amigo Jorge Esquirol por estas bonitas e interesantes reflexiones.
Qué maravilla de comentario Antonio.
Has descrito la luna con una sensibilidad y una ternura que me han dejado sin palabras. Coincido plenamente contigo: ella tiene ese poder de unirnos, de hacernos mirar hacia arriba y recordar que, aunque estemos lejos unos de otros, compartimos el mismo cielo.
Gracias por tus palabras y por acompañarme siempre en cada reflexión. Ojalá sigamos mirando la luna muchas noches más, sabiendo que ella también nos mira a nosotros.
Un fuerte abrazo lleno de luz y gratitud.