«Aquel verano sin WiFi (ni falta que hacía)»

Aquel verano sin WiFi
«Aquel verano sin WiFi (ni falta que hacía)»

Hola a tod@s, ¿qué tal estáis? Supongo que ya haciendo planes de vacaciones y ya en «veranito», y justo de eso os voy a hablar a través de mi escritura, en este capítulo, ya número 48 consecutivo, de esta comunidad «apodada»: @elblogdejorgeesquirol.

Hubo un tiempo en que el verano no se medía en likes, sino en helados de cucurucho.

En que el viaje no empezaba en un aeropuerto, sino en la gasolinera de siempre, con el depósito lleno, los nervios por las nubes y la vaca del coche a reventar.

Un tiempo donde lo importante no era el destino, sino el trayecto.

Y el trayecto empezaba, cómo olvidarlo, con el maletero del Simca 1000 o un sucedáneo, que nunca cerraba a la primera, las toallas apelmazadas, la nevera azul con filetes empanados y tortillas envueltas en papel de aluminio, y una familia entera sudando desde el kilómetro cero.

No había aire acondicionado, pero sí ilusión.

No teníamos GPS, pero papá sabía el camino de memoria —y si no, se guiaba por la «guía Campsa»—, y mamá, el de vuelta.

Las caravanas parecían… no, eran eternas, coches parados durante horas. Un desfile de Seat Ritmo, Renault 12 y Simca 1200, que avanzaban a ritmo de abanico y paciencia.

Por la radio, sonaban Manolo Escobar, Parchís, el «¡Precaución, amigo conductor!» de Perlita de Huelva y, si había suerte, algún chiste de Arévalo o Eugenio, que hacía reír hasta al del coche de al lado.

Los niños íbamos atrás, sin cinturón, claro.

Durmiendo encima de los flotadores, discutiendo por el espacio, inventando juegos, compartiendo pipas, cantando, aburriéndonos como forma de arte.

Y de vez en cuando —o de más pequeño, a menudo— preguntando:

«¿Cuánto falta?»

Hoy parece una locura.

Entonces, era el paraíso.

Cuando por fin llegábamos… el apartamento era pequeño, viejo, calurooso.

Pero tenía algo que hoy escasea: familia entera bajo el mismo techo.

Los abuelos en la terraza, los primos en colchonetas hinchables, los niños durmiendo en el suelo, las cenas eternas a base de melón con jamón, pan con tomate y gazpacho del bueno.

No había pantallas, ni falta que hacía.

La televisión solo tenía dos canales: la 1 y la 2, y bastaban.

Corríamos para no perdernos el capítulo de Verano Azul, o el 1, 2, 3 de los viernes por la noche, ese que duraba tanto que a veces no llegábamos despiertos hasta el final.

Las siestas eran sagradas.

No por devoción, sino por obligación:

«¡Que no se puede bañar uno hasta hacer dos horas de la digestión!», gritaba la abuela con la firmeza de un médico de urgencias.

Y nosotros, resignados, jugábamos a las chapas, a la goma, al escondite, a las canicas, o nos escapábamos con las bicis a explorar el mundo, que entonces empezaba donde acababa la calle.

El río era un mar.

Un charco, una piscina olímpica.

Y una bici, nuestra libertad.

Hoy las cosas han cambiado, la familia ya no viaja junta, los abuelos, si aún están, viven el verano desde una residencia con aire acondicionado, pero sin nietos ni compañía.

Los padres, trabajando hasta el último segundo.

Los hijos, repartidos entre campamentos, cursillos de inglés o viajes al extranjero.

Y si hay suerte, quince días al año para estar todos juntos. Quince y quizá esté exagerando.

Y, aun así, cada uno en su pantalla.

Uno con el móvil, otro con la tablet, el de allá con los cascos puestos.

Estamos cerca, sí, pero no tanto como antes.

Ya nadie se pelea por ver la tele: cada uno tiene la suya.

La sobremesa es breve, la siesta, un lujo, el río, un recuerdo.

Y, sin embargo, algo dentro de nosotros sabe que aquello, lo de antes, no era peor, era más simple, más humano, más de verdad.

Porque «cualquier tiempo pasado no es peor».

Tampoco mejor, quizá, pero no y nunca peor.

Vivíamos más juntos.

Nos hablábamos más.

Nos aburríamos sin culpa.

Y de ese aburrimiento nacía la creatividad, la risa, la aventura.

¿Hoy somos más cómodos? Sí.

¿Más conectados? También.

Pero a veces echo de menos aquella desconexión que era puro encuentro y os aseguro que tenía magia.

Aquella forma de vivir el verano como si fuera el único del mundo.

Aquel verano en que el reloj se rompía y el alma se ensanchaba.

Donde bastaban una bici, un bocadillo y una tarde entera para ser feliz, donde los veranos sabían a helado de Frigopie, a aftersun y a familia.

No se trata de volver atrás, sino quizá, de recuperar lo esencial.

De mirar a nuestros hijos a los ojos y contarles cómo era todo sin tecnología, sin prisas, sin filtros.

De volver a compartir un coche, una mesa, una siesta, un juego, una canción de Parchís.

Este verano, si puedes, haz familia.

No importa si es en la playa, en la montaña o en casa.

Hazlo con presencia, con intención y con alma.

Porque un día, todo esto también será nostalgia.

Y ojalá recordemos que, al menos una vez, supimos detener el tiempo.

Y hablando de detener el tiempo…

Gracias infinitas a quienes nos acompañasteis online el miércoles en un nuevo «Entre Amigos», esta vez con mi querido amigo y brillante interlocutor Óscar Fábrega.

Una conversación de esas que no se olvidan, porque nos recuerda que la amistad verdadera también es una forma de sabiduría y que si no pudiste verla en directo la puedes ver desde mi web en la pestaña «Entre Amigos».

Y por supuesto, gracias de corazón a todos los que estuvisteis ayer presentes, física y emocionalmente, en la presentación literaria de La Pirámide del Alma en León, fue una tarde especial, íntima, luminosa.

La próxima parada será el 15 de julio en Gijón, y me encantaría volver a compartir palabras, sentidos y silencios con todos los que podáis venir.

Tenéis toda la información en esta mi web: www.jorgeesquirol.com, en la pestaña de medios.

Gracias por estar.

Gracias por sentir.

Gracias por seguir caminando junto a mí.

Que tengáis un feliz verano.

Yo os espero en el próximo capítulo, como cada viernes, en @elblogdejorgeesquirol.

Y por favor, si este texto ha hecho sentir algo dentro de ti, compártelo, quizá ayude a alguien a vivir un verano más feliz y humano.

Siempre a vuestro lado,
Sed muy felices, por favor,
vuestro amigo

Jorge Esquirol
@elblogdejorgeesquirol

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