Vivimos en una sociedad que ha convertido la opinión en obligación, todo el mundo tiene que decir algo, y cuanto más rápido mejor, todo el mundo debe posicionarse, aunque no tenga información sobre lo que opina o habla, aunque no tenga contexto, aunque no tenga profundidad. Parece que el silencio se ha vuelto sospechoso, y la duda, un delito intelectual.
Hoy se premia hablar, pero lo más grave es que se dan premios a los que ni siquiera quieren pensar.
La terrible moda es responder, no reflexionar; tener postura, no criterio.
Y, sin embargo, pocas cosas dicen más de la inteligencia que ser capaz de decir: no lo sé.
La frase «no lo sé» se ha convertido en un tabú moderno, en una frase humilde, incómoda, elegante, que a la vez desnuda algo fundamental: no tenemos que tener respuesta para todo, no tenemos obligación de comprenderlo todo, no somos enciclopedias conectadas a una corriente permanente de certeza.
La vida no funciona así, y el pensamiento tampoco.
Pero esta época parece exigir lo contrario… opinar rápido, antes de procesar, es la tónica predominante; elegir bando, o posicionarte antes de entender o comprender tu verdadera postura o tu verdadero yo; convertir la ignorancia en discurso; simplificar lo complejo; y, sobre todo, exhibir seguridad, incluso cuando no existe. Estamos entrenados para parecer seguros, aunque no lo estemos ni en la mínima esencia.
El problema es que esa seguridad falsa no construye conocimiento, construye incultura, falsedad y demasiado ruido.
«Opinión» se ha confundido con «verdad personal», pero la verdad no surge de la velocidad, surge de la profundidad, y la profundidad requiere silencio, matices, análisis y, sobre todo, prudencia.
No todo se puede comprender en dos minutos, no todo se puede reducir a una frase lapidaria, contextual y errónea. Hay conceptos que necesitan tiempo, estudio, lectura, experiencia e incluso —y no menos importante— contradicción.
Decir «no lo sé» es reconocer que la realidad nos supera, que el mundo necesita más pausa que sentencia, que el pensamiento tiene ritmos y pausas, y que la madurez consiste en aceptar que el conocimiento no se improvisa, ni mucho menos se inventa o se asienta.
La frase «no lo sé» no es un signo de ignorancia, es un signo o un escudo de respeto hacia la complejidad.
La presión social a tener respuesta inmediata es, en el fondo, un síntoma de inseguridad colectiva. Debemos y tememos ser percibidos como débiles, como poco informados, como indecisos o incluso analfabetos (aunque hoy este último término se utiliza para presumir).
Pero la indecisión no es incompetencia, la indecisión es honestidad cuando aún no se tiene suficiente información para decidir. La indecisión también es pensamiento y avance personal.
La exageración contemporánea por tener una postura constante también responde a una necesidad de pertenecer.
Si no opinas, quedas fuera de la tribu.
Si no reaccionas, quedas fuera del relato.
Es curioso, ¿cierto? Todos dicen defender la libertad de pensamiento, pero nadie te permite ejercerla en silencio y mucho menos en público, porque los «tontitos» se hacen victimizándose: «los ofendidos».
El pensamiento libre requiere espacio, pero el espacio hoy se encuentra sospechoso. El silencio hoy parece falta de compromiso, cuando muchas veces es precisamente lo contrario.
En un mundo que necesita urgencias, tener dudas es revolucionario.
La frase «no lo sé» también abre otra puerta: la posibilidad de aprender.
Solo quien reconoce que no sabe puede aprender algo nuevo.
Solo quien reconoce su límite se puede expandir.
Solo quien se permite ignorar, puede crecer intelectualmente.
La certeza cierra puertas, la duda las abre.
La frase «no lo sé» es un inicio de demasiadas cosas maravillosas, y no, nunca, un cierre.
Tal vez el problema radical de esta época es que confundimos emitir opinión con construir criterio, pero el criterio no nace de la opinión, nace del estudio, de la escucha, de la observación, de la experiencia verdadera. El criterio se forma, se analiza y se comprende antes de emitir una opinión, porque si no, nos conduce a una improvisación totalmente errónea, donde lo más probable es que puedas herir gravemente a los demás e incluso a personas que quieres.
No es fácil, sobre todo para los que llamo yo «veletas» o, sobre todo, para los que «suponen mal»… Y pensar que todo lo que os escribo hoy… lleva tiempo y conlleva errores, transporta silencios, lleva conversaciones con gente que piensa distinto, o que, con su fanático y variable criterio, lleva incomodidad y mucha paciencia para aguantar a «estúpidos», pero sobre todo lleva demasiada paciencia, demasiada paciencia.
Y el mundo moderno ha perdido la paciencia para pensar.
Decir «no lo sé» es recordar que existen temas que nos superan, que existen preguntas para las cuales aún no tenemos respuesta, que existen debates que necesitan algo más que un titular. Es un recordatorio de que el pensamiento humano es una obra inacabada, que siempre se mantiene en constante movimiento.
A veces el gesto más inteligente que puede hacer alguien ante una pregunta es callar y observar.
Necesitamos reconciliarnos con esa frase, necesitamos dignificarla, necesitamos volver a colocarla en el centro de la conversación adulta, porque sin ella no hay espacio para lo verdadero, sin ella no hay espacio para investigar, para aprender, para dialogar. Sin ella solo hay ego, presunción e «imbecilidad», todo lo contrario a la humildad, que es lo que deberíamos aprender y aplicarnos todos.
Y pensar algo: el ego y los egocéntricos no son capaces de pensar con claridad, ni de llegar a sacar una respuesta conclusa. El ego sentencia.
La inteligencia necesita más humildad que volumen, más preguntas que opiniones, más silencio que espectáculo y show mediático en redes y en la vida personal de cada uno.
Quizás el verdadero progreso no sea acumular respuestas rápidas, sino recuperar la capacidad de decir simplemente «no lo sé», o quedarte en silencio antes de meter la pata, observar y aprender.
Y, sobre todo, permitirnos empezar, justo desde ahí, de ese punto.
Jorge Esquirol.
@elblogdejorgeesquirol.
Posdata:
Hoy quiero comunicaros con mucha satisfacción y, sobre todo, ilusión en demasía que mi tercero libro editorial: «Cuando Nevó en el Corazón», ya está en proceso editorial y con una gran editorial yucateca: Kookay Ediciones, liderada por mi editora, Cecilia Gorostieta, propietaria de Casa Kookay, un espacio que, si viajáis a Yucatán, no dejéis de visitar.
Para mí es una novedad, pero una gran satisfacción poder editar y lanzar mi tercer libro con una editorial mexicana. También lo tendréis a vuestra disposición en las mejores plataformas digitales, como Amazon, Apple Books, Google Books, y en formato físico y ePub.
Gracias, Cecilia, por permitirme entrar y formar parte de la familia Kookay, que espero que no sea el último libro con tu maravillosa editorial.
Hablando de México, aprovecho para comunicaros que estamos armando un pequeño tour en mi amado país azteca para el mes de marzo, donde todo mi equipo viajaremos con una ilusión desmedida y una humildad impuesta.
Y hablando de libros, por favor, no os perdáis el último libro del gran José Manuel Cruz, «Las Palabras del Desconocido»; bajo mi opinión, una obra maestra de la literatura novelística que, aunque se considera novela, te transporta a la realidad en más de una página. (Por cierto, Juan del Val, «premio Planeta», te recomiendo leer a José Manuel Cruz. Considero que aprenderías mucho, por lo menos a escribir, y es posible que tras leerle te concedan el Nobel de Literatura).
No quiero perder la oportunidad de agradecer desde lo más profundo de mi corazón la emocionante distinción —con diploma incluido (ya sabéis que yo no soy de premios ni medallas)—, pero en este caso me emocionó recibir tan distinción por la causa de poder estar colaborando con las víctimas, viudas, huérfanos, familiares, amigos y Guardias Civiles asesinados por la banda terrorista ETA.
Millones de gracias al Guardia Civil y admirado Sr. D. Pedro Morcillo Granado, que tan magníficamente dirige de una manera totalmente altruista la asociación «Voz y Memoria de las Víctimas del Terrorismo», así como al Sr. D. Ángel Jesús Bravo de Medina.
Gracias José Manuel García Valcárcel, USECIC León, Francisco Javier Ríos, USECIC Oviedo, USECIC Baleares, y como no, mi querida JUCIL Vizcaya, Berciana, Pilar, Inés, Pedro, Hairtonyurbano, y todos los que me habéis felicitado por privado. Pero como puse en mi texto, esas felicitaciones, todo nuestro apoyo y compromiso debe ser con ellos, por todo lo sufrido y por lo que siguen sufriendo.
Aparte, permitidme hacer una mención a una mujer de los pies a la cabeza, llamada Alicia, por siempre estar ahí, por estar siempre pendiente de mí (sin tener que hacerlo) en momentos complicados, y por compartir sonrisas y risas, por aconsejarme de una manera coherente y consciente, y por tener una gran familia. Gracias de corazón, amiga. Brindaremos muy pronto, amiga, me lo prometiste.
Justamente hoy viernes operan, o habrán operado quirúrgicamente, a una amiga a la que quiero de corazón. Sabes que todo saldrá bien, María.
Y a todos vosotros, estéis en el país que estéis, y donde me estéis leyendo ahora mismo, os quiero decir que:
Os abrazo y os quiero cada día más.
Y, sobre todo, a pesar de todos los obstáculos que nos ponga la vida, vamos a intentar:
«Sed muy felices, por favor»
Jorge Esquirol.




